Estamos en transición. Tiempo de repensar (haciendo) otras políticas. Y como parece que los rebeldes anda buscándose, lo que yo llamo la política del «y», habrá que extender esas reflexiones a muchos ámbitos. Con cautela y a la vez con urgencia:
a) porque en muchos casos nos venderán un leninismo 2.0 como prueba de nuestra «participación» cuando le damos a un click o aceptamos como ilusionantes formas verticales que anulan la creatividad social;
b) porque no vale quedarse en el sofá criticando que «la pureza ya no existe», sin prestar atención a que, o bien construimos otros mundos (poco a poco, en muchos frentes, con muchas personas distintas), o bien nos los construyen a la vieja usanza (quítate tú que me pongo yo, expresiones de extrema derecha, y todo lo que sirva para el retorno de «un padre» autoritario que nos sacará las castañas del fuego, aunque en realidad nos acabará quemando en él)
Miro, pienso, actúo y veo que esa ola de protagonismo social se puede acompañar desde muchos lugares: municipalismos que abren la puerta al auto-gobierno, sindicalismos asamblearios por retomarse, economías democratizadas o sistemas sanitarios más comunitarios y próximos… procesos acompañantes todos, con sus contradicciones, pero siempre sembrando para que las oprimidas (retomando a Freire) expresen dónde les aprieta la opresión y sean protagonistas de sus resistencias, de sus vidas…
Libertario es, para mí, búsqueda de libertades para otros y otras. Desde mi libertad, sujeta a equivocaciones y engaños. Y también desde la libertad de otras y otras: las que dudan, las que matizan, las que van por próximos caminos. Pero no valdrá (a mí no me vale, por lo menos) quedarse en la «libertad judeocristiana» de definir lo bueno sin haberse manchado el cuerpo con las libertades de quienes nos rodean; y que andan también buscando sus libertariedades…
(Otro buen artículo en Médico Crítico -Diagonal- me ha llevado a esta parrafadita: «apuntes para una crítica libertaria»)
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