Gritos de Rebeldía – movimientos sociales (globales) en el siglo XXI

Gritos de rebeldía. Movimientos sociales (globales) en el siglo XXI.

Publicado en Activismo digital y nuevos modos de ciudadanía: Una mirada global. Coord: José Candón Mena y Lucía Benítez, editado por el Institut de la Comunicació de la Universitat Autònoma de Barcelona, 2016.

ÁNGEL CALLE COLLADO

Universidad de Córdoba, Comunaria.net

Los movimientos sociales canalizan descontentos y producen participación frente a dinámicas de poder ejercidas “desde arriba”. Hacen y gritan en las calles, se coordinan, deslegitiman las élites y proponen otras formas de poder “desde abajo”. Innovan y renuevan la política: desarollan estructuras que permiten a comunidades o grupos sociales expresarse (creando formas de organización, conocimiento, redes de información), introducen discursos (ideas, mensajes) y visibilizan conflictos (demandas, motivaciones) desde valores que no son reconocidos de forma práctica en el actual orden social. Son, desde esta perspectiva, creadores de gramáticas sociales de democracia1. Lenguajes no teóricos, ni institucionales, ni acomodados a las actuales reglas de juego, como harían los grupos de presión. Por el contrario se encuentran arraigados y construidos en lo político, en lo más sentido y cercano, donde se organiza cotidianamente la vida social. Allí, o mejor dicho desde allí, los movimientos sociales proceden a descolonizar saberes y relaciones que han sido dominadas, mercantilizadas o apartadas de estrategias de supervivencia y bienestar2.

Los movimientos sociales son, fundamentalmente, constructores de otras referencias vitales en nuestro hacer y en nuestro pensar, a la vez que desafiantes de las actuales estructuras y oportunidades políticas. Y, como veremos, su reconfiguración de los territorios, conquistando espacios sociales o redefiniendo manejos de producción y de metabolismo socioambiental, no nos permite verlos sólo como creadores de instituciones o de valores, si no de “lugares” donde acontecen determinadas formas o prácticas de democracia, de protagonismo social3.

No es una democracia estrictamente entendida según debates previos, academicistas o politológicos. Es una apuesta por declarar que (de nuevo) es tiempo de reinventar el protagonismo social. Y éste toma diversas formas. Al menos, identifico tres como referencia de este emergente protagonismo social en pueblos, barriadas, calles o en nuestras economías. Como ocurre hoy, se reivindican en la política expresiones de democracias comunitarias alrededor de tradiciones vividas y asentadas en fuertes lazos sociales (Tapia 2009, Esteva 2006). Para el caso boliviano, por ejemplo, estas formas de autogobierno estarían en un proceso de disputa “por arriba” de paraguas institucionales (Estado, constituciones, parlamentos, autoridades, políticas de desarrollo) y estarían caracterizadas en su base por la predominancia de la asamblea sobre las autoridades (locales), la rotación y la obligatoriedad en funciones de autoridad y la rendición de cuentas y el control social en espacios cotidianos y asamblearios (Zegada y otros, 2011).

También, desde una crítica de la modernidad percibida como autoritaria y desperdiciadora de experiencias “desde abajo” (Sousa Santos 2003, 2011), los movimientos sociales intensifican las democracias y animan a la construcción de Estados “movimentistas”, en expresión del propio Santos, y que serían formas de democracia participativa que pretenden abrir las actuales instituciones. En dicha línea se situarían las demandas de democratización del Estado, particularmente frente un capitalismo que gobierna autoritariamente el sistema formal de democracia representativa, especialmente en países de la periferia económica mundial, y buscando como alternativa “popular” instaurar o defender derechos e igualdades, tanto sociales como económicas (Borón 2003).

Finalmente, desde mi aproximación a los recientes ciclos de protesta y de rebeldía en países centrales, latinoamérica o la propia Turquía, tratan de instituir formas de democracia radical (Calle 2013). Tres ideas centrales persiguen y animan esta idea de radicalizar la democracia. La primera que la democracia no existe sólo donde las élites sitúan la esfera de la política, principalmente parlamentos y representaciones sindicales, amén de otros espacios que definen agendas gubernamentales. La democracia acontece (o se pierde) en lo político, en lo vivencial, fluido y próximo, en lo marcado por nuestra cotidainidad. De ella emerge la política, los campos visibilizados y públicos de nuestras relaciones económicas, culturales y de género. En dicha política se fomenta (o no) la decisión y la implicación social a través de dispositivos de deliberación, participación directa, creación de confianzas y lazos sociales o formas de expresión que permiten cuestionar las propias “democracias” autoritarias o de las élites. Una sociedad es democrática si la sociedad en sus múltiples espacios cultiva la deliberación, la solidaridad y el protagonismo social (Pateman 1970, Barber 2004). La democracia sucede (o se desvanece) en las fábricas, en las fincas y en las oficinas, en los medios de comunicación, en la cultura que cultiva la deliberación entre otredades, en las organizaciones que animan o desaniman la vida social. La segunda idea se inclina hacia la necesidad de promover constantemente prácticas de auto-gobierno como expresión de democracia, gobierno de los muchos que se enfrenta al gobierno de unos pocos4. Y la tercera incide en el para qué de la democracia, es decir, debe promover un bienestar, una inclusión, una equidad, una sustentabilidad social (y ambiental, necesariamente)5.

La democracia, en los tres casos, no sería percibida como una regla cerrada si no como principio que estimula la justicia y la creación de instituciones sociales que van de abajo hacia arriba, siendo éste abajo (respectivamente) lo comunitario, lo ciudadano que legitima constantemente una representación o la deliberación y la autogestión directa sobre nuestras necesidades. Frente a la instauración de formas de democracia autoritaria, la radicalización del protagonismo social emparenta ambas propuestas y sirve, a su vez, de nexo de las actuales dinámicas de movilización social, sean demandas de territorio, de dignidad o de participación política, como mostraré posteriormente.

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