El viejo seringueiro, el antiguo recolector de caucho, cuenta su historia junto al árbol. Se levantaba a la una de la mañana, luego con el sol acudía a la huerta, luego a la tarde volvía a la casa.
Recuerda cómo medía el patrón, el que compraba. «Estiraba el brazo y entonces cuando se le doblaba un poco, decía que vale, que ya eso era una arroba, pero lo decía él».
Continuaba: «yo ahora trabajo para no tener patrón».