Lo llaman democracia (y es un verbo-arte)

Se constata que la democracia, como forma colectiva de caminar hacia nuestro bienestar, se encuentra presente, extendida mundialmente, bajo formas de organización social muy distintas: en territorios muy diversos, como estados o asociaciones, a través de instituciones formales o en redes sociales, etc. Son hijas culturales a la vez que experiencias reproductoras de la noción ideal de democracia.

El papel de occidente en la promoción o imposición de determinadas visiones es clave. Es el caso de la democracia representativa liberal, como también de la separación de poderes promovida por el liberalismo (ejecutivo, legislativo, judicial); o la introducción de prácticas incluyentes bajo el estado de bienestar. Tanto el (neo)colonialismo de los países centrales como la transnacionalización de empresas capitalistas están en la explicación de porqué se encuentra el referente representativo y liberal tan asociado a la palabra “democracia” en este sistema-mundo (Wallerstein).

La encapsulación de la “democracia” como forma de representación a través de partidos que se disputan el ejercicio de la gestión dentro de un marco capitalista podría definirse como un “discurso”, en el sentido en que Edward Said, re-interpretando a Foucault en su libro Orientalismo, le asigna al término: compendio de códigos, imaginarios, instituciones, enseñanzas e incluso burocracias desde donde determinadas élites imponen y legitiman su dominación. En este sentido, el discurso de la democracia, como amalgama de prácticas y de ideas, es condicionado y sesgado por los intereses de diferentes grupos sociales, de manera más intensa por las élites económicas y políticas. Pero se encuentra condicionado por gramáticas más cotidianas, que en ocasiones se encarnan en las propuestas y acciones de movimientos sociales o en instituciones que emergen al margen de los dominios públicos y oficiales. Tanto el contexto social y medioambiental en el que satisfacemos nuestras necesidades básicas (Harris, Shiva), como la pugna entre el arriba excluyente y los abajos cooperativos (Scott), componen el tablero de fuerzas simbólico y práctico en el que evoluciona el verbo democracia, que es proceso antes que concepto (Castoriadis)

Así, fruto de ese incesante debate, no exento de conflictos, vemos ejemplos de formas de organización social que en la actualidad, con sus normas e instituciones, pugnan por entrar en el reconocimiento como parte esencial de la percepción más extendida de “democracia”. Nos referimos a los derechos de los pueblos indígenas en Bolivia, Venezuela o Sudáfrica; como antaño entraran en el canon democrático derechos de segunda o tercera generación referidos a las políticas de bienestar, medioambientales o de no discriminación por cuestiones de género u orientación sexual. Estos procesos históricos son indicativos de que la democracia como forma de gobierno, siendo el estado liberal o comunista manifestaciones de esta organización social compleja, está en continua pugna con la democracia “desde abajo”, lo que denominaré la democracia como arte, y en donde situamos los imaginarios y aspiraciones de diferentes culturas y redes sociales que se orientan hacia el establecimiento de prácticas inclusivas de cooperación y deliberación en la toma de decisiones y en la gestión de bienes considerados comunes2. Podríamos afirmar que existe una arte cotidiano de ir practicando y entendiendo formas de democracia radical que influyen en las percepciones de “más arriba”, las que tienen que ver con estructuras más formalizadas, extendidas, grandes paraguas que cristalizan en instituciones públicas merced a este vector participativo de cambio, así como a otros vectores culturales y políticos manejados por las élites. Esta pugna hace que la democracia sea un concepto práctico que precisa siempre de apellidos, siendo una necesidad que puede omitirse consciente o inconscientemente. Ello es así por ser objeto de disputa a la vez que fuente de legitimidad y garantía de que la circulación del poder, de sus normas e instituciones, sigue una dirección que encontrará aclamaciones, que promoverá consensos sociales, acuerdos entre los grupos influyentes, que será respetada. De esos flujos que se renuevan en los contextos históricos surgen ramas y familias de “democracia”. Así, la clásica triada libertad, fraternidad y solidaridad se escora, en las visiones que sobre democracia se han venido construyendo en Occidente, hacia campos más individualistas para las familias liberales; a la par que camina o es orientada hacia la creación de condiciones de igualdad o de solidaridad para sectores más socialistas o socialdemócratas.

Por consiguiente, la democracia es, antes que un concepto estático, un verbo vivo, una praxis que se nutre del poder que le rodea y de sí misma, de su imaginario de aspiraciones de inclusión y participación popular.